Carlos González, el senador fugaz que se bajó antes de que lo impriman: “No voy a quedar como un pelotudo agarrado de esa lista”

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El precandidato más breve de la historia reciente de Buenos Aires no fue víctima de una interna feroz ni de una traición partidaria. Fue víctima de algo más argento, más puro, más local: el cringe político.

Hablamos de Carlos González, veterano de Malvinas, periodista de trinchera y militante nacionalista “del bueno, sin letras Z” (según él mismo aclaró). Se postuló como senador por el Frente Patriótico Federal y en cuestión de días pegó un volantazo digno de Colaponto: renunció “indeclinablemente”, según sus propias palabras, porque —cito textual— “no voy a quedar como un pelotudo agarrado de esa lista”.

El frente que integraba parecía más patriótico que federal y más humo que estructura. González, que se autodefine como Sanmartiniano, Rosista, Peronista y ultra nacionalista “de la bien entendida”, descubrió que su cruzada era más solitaria que heroica. No había épica ni corcel blanco, apenas un grupo de entusiastas con ambiciones municipales y confusión ideológica.

Acto seguido, se reacomodó en tiempo récord y ahora apoya públicamente a “Alternativa Vecinal”, una lista local que, bajo su apariencia barrial y vecinal, tiene sus raíces bien firmes en el PRO y la UCR, con referentes que hasta hace unos mates atrás hacían campaña por Patricia Bullrich con cara de “si no ganamos, que no gane nadie”.

La incoherencia no se disimula, pero se justifica: González aclaró que su única condición era que no hubiera candidatos a concejales ni consejeros escolares, porque “hay demasiadas listas locales y eso dispersa el voto”. Es decir: la democracia sí, pero ordenadita y sin gente opinando mucho.

En el fondo, lo que le molestó a González no fue la política sucia ni las internas traicioneras. Fue la posibilidad de quedar pegado a una lista que, según parece, lo usaba de figura decorativa tipo prócer en calendario escolar, mientras cerraban acuerdos “por abajo” con los de siempre. Y él, que tiene historia en la guerra y olfato de periodista curtido, vio la jugada y se bajó antes de quedar como el “pobre tipo que no se dio cuenta”.

Hoy, con la dignidad intacta y el voto ya definido (“yo lo voy a ir a votar”), el Perro González seguirá ladrando desde su micrófono, fiel a su estilo de trinchera y sin bozal.

Porque en el fondo, como buen hijo del conurbano, sabe que en la política local nadie se salva solo… pero tampoco con cualquiera.

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