Cómo era viajar a La Costa hace más de medio siglo

Una fotografía de la década de los ’50 que rememora un tiempo pasado fue el disparador para esta nueva sección de MDA Noticias donde recordamos historias de La Costa, en esta oportunidad cómo eran los viajes con micros que salían desde Capital Federal con destino a Mar de Ajó.

La imagen corresponde al libro Desierto de mar: historias de otros tiempos en las playas de ajó, de Adriana Pisani, donde hace una recopilación valiosa de la historia de los pioneros y la fundación de Mar de Ajó, así como su progreso a lo largo de los años.

Entre medio, la aventura de emprender el viaje hacia La Costa a finales de los años ’50 era toda una travesía que podía presentar un sinfín de situaciones extraordinarias que había que solucionar en el momento. El recorrido desde CABA tardaba, con buena suerte, unas 17 horas en llegar a la localidad marajense.

Como si esto fuera poco, por aquel entonces, donde todo recién comenzaba, no había rutas asfaltadas si no que la ruta era directamente la playa, por lo que podía suscitar varios inconvenientes. Entre ellos lo que le sucedió al micro de la empresa San Miguel, que producto de una crecida repentina del mar terminó encajado en la arena.

micro enterrado en el mar La Costa

No sabemos a ciencia cierta qué ocurrió con el ómnibus de la foto pero era muy común, en esos tiempos, que se acercaran paisanos a caballo, conocedores de la zona, y colaboraran a desenterrar los vehículos de gran porte. Era toda una odisea.

Ya en 1959 la empresa Río de La Plata, incorporó, en todo un avance tecnológico, radios móviles para enviar y recibir mensajes durante el viaje con transmisora en Mar de Ajó. Además sumó coches tipo guerreros, doble tracción, con suspensión especial con la finalidad de dar respuesta a los problemas a causa de la lluvia o para remolcar a otros transportes que quedaran enterrados en el barro.

Los colectivos de larga distancia de esa década tenían una capacidad para entre 24 y 28 pasajeros, contaban con una puerta desplegable de ascenso y un portaequipaje en el techo. En su defecto la gente llevaba sus valijas consigo.

En las jornadas de mucho calor, los pasajeros abrían las seis y ocho ventanillas laterales de cada lado que tenía el micro. En las noches de frío era fundamental la manta que entregaban los chóferes antes de comenzar el viaje ya que las temperaturas podían llegan a grados bajo cero.

En definitiva, y sin lugar a dudas, más allá de todos los imponderables, todo aquel que vivió en esa época y recuerda esos recorridos eternos, los considera como una verdadera aventura que jamás olvidarán. Una vez en La Costa, aprovechaban de unos días maravillosos en las playas extensas, tranquilas y en contacto con la naturaleza en un pueblo que recién empezaba a poblarse.

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