La muestra de fin de año que se llevó a cabo el sábado 14 y domingo 15 en la Escuela de Bellas Artes, en San Clemente del Tuyú, contó con todos los ingredientes para hacer de una noche que amenazaba lluviosa, una noche inolvidable. No sólo por la difícil tarea de realizar una adaptación de la película y del musical de Broadway del Rey León con chicos de secundaria, sino también por todo el trabajo y el esfuerzo puesto a merced de un proyecto superador.
Ese empeño se vio en el escenario durante 70 minutos pero nunca se podrá terminar de entender todo el compromiso y la dedicación puesta, porque el espectador no formó parte del proceso, del armado. Un cronista de MDA transitó los pasillos de Bellas Artes durante seis días y vivió cada momento: los ensayos, la preparación y el estreno desde adentro.
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El martes nos levantamos a las 6:45 de la mañana para tomar el colectivo. El destino era San Clemente del Tuyú. Más precisamente, la Escuela Municipal de Enseñanza Media Nº 1 de Bellas Artes.
Los árboles invadían el paisaje. Encontré la entrada. Un pasillo indicaba el camino de ingreso al establecimiento. Desde un primer momento se podían apreciar esculturas que embellecían el lugar. Empecé a ver gente que corría de acá para allá. Eran todos jóvenes de entre doce y dieciocho años. Había, también, algunos profesores reunidos en la sala de preceptores.
El ambiente estaba calmo.
En un abrir y cerrar de ojos, me metí en ese mundo maravilloso donde el tiempo es eterno y se pasa volando. A partir de ese momento desapareció la noción horaria y me dejé llevar por una correntada de sensaciones. Tampoco supe cómo se fueron sucediendo los días. Me invadió el clima de Bellas Artes, donde guían las emociones.
Estaban por comenzar un ensayo. Todos se acomodaban en el nuevo escenario, al costado de la escuela. Habían acondicionado el lugar para poder llevar adelante una idea que al principio sonó descabellada: hacer el Rey León. Analía Sever, la directora general de la obra y profesora de teatro, daba indicaciones ya acostumbrada al escenario pero siempre consciente del esfuerzo maratónico que había costado.
En principio desmalezaron todo el terreno, luego lo aplanaron. Así fue cobrando forma y al poco tiempo tenía dos estructuras enormes. Una sería el cementerio de elefantes, la otra la roca del rey. Christian Faccini, el profesor de tallado y dibujo, se encargó de la escenografía y de las pesadas estructuras. Un día se apareció con un camión y una pala mecánica para movilizar cinco troncos de tamañas dimensiones. Es que Analía quería unos “troncos artísticos” que generaban una estética inigualable. Cristian se prendió en esa sana locura y los trajo. Otras tantas mañanas armó las estructuras que vistieron los chicos y hartó a todos los que lo ayudaron con la bendita cartapesta.
Mickii Comesaña está en el último año. En un futuro cada vez más cercano se va a ir a estudiar fotografía. De momento se ponía la estructura de Timón para salir a escena. Ella, como todos los demás, lo hacía parecer muy sencillo. Se colocó el arnés, tomó el muñeco, se acomodó los pies y empezó a caminar normalmente. Nahuel Acosta, en el papel de Pumba, se le acercó y charlaron un rato. La realidad es que la estructura pesaba lo que un cuerpo de un niño de 7 años pero no se notaba.
El ensayo continuaba su curso. Cada vez más gente se sumaba y contabilicé más de 40 personas en tan sólo una escena.
Cuando el sol cayó en Bellas Artes y el ensayo terminó, la primera impresión fue espectacular. “Esto tiene un potencial terrible”, pensé.
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El segundo día tuvo su carga especial. El secreto se escondía en el bendito tiempo. En el compartir momentos, minutos, horas. Quizás fue igual al primero pero comenzaba a conocerlos un poco más y aunque quisiera poner distancia, cada uno obsequiaba una invitación prometedora a involucrarse. Era imposible negarse, se contagiaba esa energía.
Analía coordinaba, nuevamente, el ensayo. Intentaba articular la obra con la banda. Si, la banda, dirigida por Gustavo Romagnoli tocaba en vivo y los chicos que actuaban, cantaban en vivo. Gustavo, más conocido como Roma, callaba a los músicos que no paraban de hacer sonar las guitarras y la batería. Finalmente Ana y Roma, se fueron a ordenar los temas a dirección porque la banda no dejaba de sonar.
Mientras tanto, Miguel Manzo, el preceptor y encargado de danza, marcaba una coreografía. Él estaba en esa área de la muestra ya que, queda claramente demostrado, era una puesta interdisciplinaria. Cuarenta chicas que hacían de ñus y protagonizaban la escena crucial de “la estampida”, eran dirigidas por Migue que danzaba al compás de la música junto a las jóvenes.
Entre esa multitud, había alguien que rompía con la imagen. Era Marcelo Maiolo. El profesor de matemática que se montó al hombre la parte técnica y de iluminación. En ese momento estaba concentradísimo buscando poner un micrófono ambiente para que capte el sonido. Ya se había subido varias veces a la escalera para colocar las luces, que sobrecargaron la capacidad del transformador de la escuela y dejaron a todo el establecimiento sin luz. En principio parecía un problema grave, que podía generar la suspensión del Rey León. Pero Marcelo no tardó en solucionarlo todo para que funcione a la perfección.
Cuando Ana y Roma salieron de dirección con toda la lista de temas musicales acomodada, el desafío fue uno que prevaleció durante toda la semana: reunir a todos los chicos para hacer una pasada completa. Es que eran más de 120 personas las que participaban. Eso teniendo en cuenta que son adolescentes. La tarea no era sencilla.
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Fermín Piaggio se ponía una estructura que el mismo hacía llamar el Cisne Blanco, porque aún no estaba pintada. Era Zazu, el mayordomo del rey, un personaje entrañable que Fer, como le dicen sus amigos, supo interpretar con creces. En este caso, el pájaro iba puesto en el brazo. De ahí que se la conociera también como la “rompedora de brazos”. Resultaba casi imposible soportar el peso durante los 70 minutos que duraba la obra.
Luca Derossi, formaba parte de la banda pero se volcó de lleno al sonido. Acomodaba y desenredaba cada cable de la consola. Estaba en cada micrófono, en cada detalle. Ecualizaba los diez micrófonos inalámbricos con forma de bincha y los dos de mano que utilizarían los personajes. Encendió el de Michel Mango, que interpretaba a Rafiki el simio sabio, y ella empezó a cantar. Deslumbraba con su voz. Entonaba “el ciclo sin fin” y debo confesar que se me irisaron los pelos.
Esta vez el sol bajó pero todos se quedaron en San Clemente. Harían un ensayo con luces. “Todo listo”, dijo uno y Nicolás Romero entró en escena con su estructura de Mufasa, el rey de la selva, y su pequeño hijo en brazos. Ese leonsito que se convertiría en Simba, a través de Enzo Grela, en la etapa de niño, y del Mariano, el “turco”, Apdepnur cuando se vuelve grande.
Como en toda obra, siempre tiene que estar el malo. Mauro Nuñez encarnó ese papel. Le tocó ser Scar, el hermano de Mufasa. Cuando comenzaba el ensayo se transformaba y su actitud cambiaba totalmente. Transmitía una densidad pesada, oscura. Generaba cierto rechazo, síntoma de que lo estaba haciendo bien.
Entre tantos leones, se destacaban Roció Martin y Karla Giannini personificando a Nala de pequeña y de grande correspondientemente. Rocío en personaje comunicaba ternura. Karla, con una voz y su expresividad única, profundizaba esa sensación.
De pronto, unas hienas invadieron el lugar. Eran Guada Hernández, Maxi Maiolo y Facu Hertzog que obligaban a sacarse el sombrero y aplaudir de pie por semejante interpretación.
La luz se volvió a cortar. Esta vez, en medio del ensayo. Lo maravilloso fue que la banda siguió sonando y todos continuaron cantando, a oscuras, “esta noche es para amar, todo listo está…”.
Tras el ensayo, Marcelo se quedó acomodando las luces junto a Analía. También estaban Miguel y Roma, que entre otras cosas es el director de la escuela. Se quedaron hasta la una de la mañana para que todo quedara bien. Ubicaron minuciosamente cada tacho de luz. El sueño y el cansancio volvían a perder la batalla y se daban por vencidos. Ellos seguían trabajando.
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El jueves no hicieron ninguna pasada. Estaban a dos días de estrenar. Probaron maquillaje y cada uno se preocupó por terminar su vestimenta, pintar la estructura y demás. La sala de danza era un desorden total. Se escuchaba una música de fondo que incentivaba el trabajo. Fermín, Dach, Mickii, Nahuel, el turco, entre otros, ponían manos a la obra mientras disfrutaban el rato juntos. Además de que faltaba poco para el gran día, también faltaba poco para que terminaran la secundaria y un montón de sensaciones se les entrecruzaban por el cuerpo. Nervios, ansiedad, nostalgia, alegría y tristeza. Todo junto, todo de golpe.
Y de golpe llegó el viernes. Ensayo general. “Con toda la ropa y maquillaje, luces y sonido”, dijo analía. La cita era a las 15 horas, para hacer tres pasadas. Finalmente sólo se hizo una, que empezó pasadas las 21. Mauro, y así como él otros también, preguntó por qué no se haría otro ensayo más. Eran más de las diez de la noche y ellos proponían seguir practicando. Allí se descubrió un secreto. La clave para comprender de qué manera pueden lograr lo que se proponen a nivel profesional. Es que detrás de la pregunta de Mauro, se escondía un mensaje, un ejemplo, las dos piezas fundamentales que se ensamblen sólo de una manera y que ocurre en la escuela de Bellas Artes de San Clemente. En primera instancia, la energía de todos esos jóvenes incansables que inspiran y motivan. Chicos, que son capaces de hacer, adaptarse y aprender cualquier cosa porque hay un grupo de docentes que les transmite ese conocimiento. Profesores que ponen en acciones sus palabras y que enseñan con la práctica. Cristian, con las manos negras porque estuvo pintando hasta último momento; Roma, tocando el teclado junto a la banda; Marcelo, acomodando los micrófonos, arreglando las luces y subiéndose al techo para poner los seguidores; Miguel, bailando mientras marca la coreografía y a su vez preocupándose por el vestuario, cosiendo hasta más no poder y Analía, poniéndose las estructuras, ensayando a la par de sus alumnos y demostrando que se puede. Con ganas, todo se puede.
Y así, más de 120 estudiantes trabajando horas y horas para hacer realidad lo que en principio fue sólo una idea. Tiempo, esfuerzo, sudor, gritos, abrazos, llantos y alegrías reducidas en el Rey León. En sólo 70 minutos. Un resultado efímero para tanto trabajo pero “vale la pena”, coincidieron todos.
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Finalmente el día llegó. Como no podía ser de otra manera, la tarde estaba nublada. Algunas gotas habían caído ya y peligraba el estreno porque era al aire libre. Pasadas las 17 empezó a llover definitivamente. “Hicimos unas cruces de sal. Yo no creo en eso pero lo vi en internet”, comentaba una chica. Otro decía: “Yo enterré unos huevos en una maceta para espantar la lluvia”. Todos cruzaban los dedos y rogaban que la lluvia parase.
Será la magia de Bellas Artes. Será que el de arriba consideró todo el esfuerzo puesto en el Rey León. No lo sabemos pero la realidad es que el cielo se despejó y permitió que comenzara el acto protocolar. Los de sexto, que egresaban, fueron despedidos formalmente. A continuación todos salieron disparados para maquillarse y cambiarse. La función estaba por comenzar.
El comienzo de la obra estaba anunciado a las 21.30. A esa hora todavía no estaban listos. Ahí sí que se sintió el nerviosismo. Gente que corría. Pinturas de todos los colores que volaban. Pinceles que desaparecían. La ropa que justo en ese momento se hacía la difícil y no entraba. La gente que colmaba las gradas, todo el espacio disponible y hasta se acomodaba dentro del escenario. Las luces, las fotos, los aplausos para que comience.
Apagón.
El show había comenzado. La banda de fondo, entonaba un tema instrumental generando el clima perfecto. Jirafas, leones, hienas, ñus, rinocerontes, elefantes, chitas, buitres, plantas y cebras invadían la zona e introducían al público en una verdadera selva africana.
Rafiki, Zazu, Mufasa, Simba, Nala, Sarabi, Scar, Ed, Banzai, Chensi, Timón y Pumba deslumbraron. Los espectadores aplaudían a cada instante y finalmente se pusieron de pie ante semejante despliegue. Cantaron, bailaron y actuaron. Se desplazaron con las estructuras. Se adaptaron y se fundieron en ellas para ser sólo uno. Una noche inolvidable que terminó entre abrazos y llantos. Ya en la última escena, donde participan todos los personajes para cerrar la obra, se podía notar la emoción de un año contenida. Todos cantaron lo más fuerte posible y cuando la banda dejó de tocar, la explosión fue inmediata. “Bellas Artes, carajo”, se escuchaba mientras saltaban en ronda.
Pero había más
El domingo fue todo más relajado. Más distendido. Por lo menos en un principio. Cerca de las seis y media de la tarde, los personajes principales se reunieron cercanos al escenario y junto a Analía se pusieron a comentar lo que había dejado la noche anterior. Se reían de algunas pequeñas equivocaciones e intentaban corregir algunas otras.
Otra vez, las corridas. Las idas y venidas. Las fotos, las luces y el apagón. Pero esta vez con un ingrediente que llevó la adrenalina al máximo. Fermín, como Zazu; Nahuel, como Pumba y Mickii, como Timón, estaban en medio de la sesión de fotos programada cuando a lo lejos se oyó a Michel, como Rafiki, que empezaba a cantar. Una jirafa no llegó a salir a escena. Los otros corrieron velozmente y Fermín logró llegar con lo justo.
Fer, minutos antes había dicho: “Hoy vino menos gente que ayer ¿no?”. La respuesta fue no. Había el doble de público que el sábado. No se podía pasar por ningún lado. Eso significaba que el Rey León, hecho por estudiantes de secundaria de la Escuela de Bellas Artes de San Clemente, le había llegado al espectador. La segunda función se caracterizó por la fluidez y la frescura. Los chicos tuvieron ese breve momento para poder disfrutar. Y se notó que lo disfrutaron.
Pero tal vez lo más importante es que esa muestra de fin de año, deja en evidencia una unión que trasciende el rol de profesor alumno. Se puede entrever los lazos que se forjan en el tiempo compartido, en los momentos vividos, en los ratos juntos. Son una gran familia, con todo lo que eso implica. Con gritos y peleas, con abrazos y alegrías. Con llantos y placer. Con pasión. La vida misma pero con las ganas y la fuerza para dejar una huella, una marca. Transitando el camino de forma activa y apasionada.
Quedarán en el recuerdo tantas anécdotas: Mickii y su adicción al spray fijador; Karla y sus caras cuando le atan el pelo; el turco y sus eructos; Nahuel y su “no me arrepiento de haberlos conocido”; la banda que no deja de tocar; Mauro y su corsé sin terminar; Enzo, su ternura, su responsabilidad, su compromiso y «el rugidito ese»; Guada y sus risas de hiena; Maxi y su voz tan peculiar; Michel y su ciclo sin fin…; Nicolás y su peluca de cacique; Fermín y su “buena suerte Zazu… eh Simba” y muchas historias más que forman parte de la historia de esta escuela de Bellas Artes.
Historia de una escuela que hoy tiene la vara alta. Donde el nivel de exigencia es muy elevado y la respuesta está a la altura de la circunstancias porque además del Rey León, los alumnos deben rendir las materias correspondientes. Aún así, ese no es un inconveniente para estos locos, en el buen sentido, que nos dejan expectantes, esperando ver lo que se viene.
Terminada la última función, Analía, Gustavo, Christian, Miguel y Marcelo, se reunieron para festejar el logro conseguido y la pregunta preponderante fue: «¿Y el año que viene qué hacemos?» Ya circulan nuevas ideas, que podrían superarlo todo. Habrá que esperar.
Tengo a mi nieta Delfina Imbriano Araujo cursando en el Colegio, viajamos desde Buenos Aires para ver la obra, no tengo palabras, MARAVILLOSO!!!. Felicitaciones, estoy muy contenta y orgullosa de que Delfy se forme en ese Colegio. Saludos, Amalia Orozco.
Estuvo hermoso quiero agradeser a todos los chicos …. a los profes ect «el rey leon » me encanto fui a verlo dos veces … felicitaciones